Yanina tomaba las cosas con sus manos pintadas de bordo, pasaba por delante mio, iba a la habitación y volvía. Casi no me miraba pero estaba bien. Yo no sabia que hacer, la veía desfilar con un par de zapatos e inmediatamente, me acordaba de la primera noche en que se los dejo puestos para mi, para nosotros ella me terminaba convenciendo, pero siempre supe que era solo para mi. Yo ponía el agua para un té. Al disponer las tazas en el desayunador, vi que yo tomaría un té, como lo hago todas las mañanas, del mismo lado de la barra, con la misma taza. Y ella del otro lado, en una taza común. La suya, la personal, la de los pequeños gorriones en ramas, ya estaba en la maleta.
Así fue, frente mio estaba la insípida taza blanca, ella continuaba doblando ropa y acomodándola, ahora si, en la segunda maleta. Me senté a esperar, es raro, no saben lo mucho que tarda el agua en calentarse cuando se esta por tomar el último té con alguien.
Tampoco la situación era tan terrible, no quiero que se hagan una imagen de mi como la de un pobre diablo, que ve pasar cosas que pertenecieron a su pareja y con cada uno de ellos imagina, (increíblemente, ya que nunca tuve una buena memoria) miles de historias tatuadas en el. No señor, si me pasó, con algunos de los souvenirs que deje que se llevara. Digámoslo así, nunca hablamos bien de como dividir los bienes, y no creí que ese fuera un buen momento.
Como iba diciendo, no con todos los objetos veía pequeños cortos de pasados felices. Al pasar con un pequeño bolso al baño, que daba de frente a donde estaba yo sentado, el agua hirvió, no iba a ser un buen té, pero al ver como depositaba todos sus maquillajes, cremas, alisadores de cabellos, varios cepillos, no sentí nada. Eso me extraña aún hoy, eran todos los elementos por los cuales ella me parecía mas linda aún, y ni con el rubor me entristecí.
El agua ya estaba lista y el té también, serví las tazas, y ella seguía de un lado para el otro.
Al agarrar uno de los sobres de azúcar, robados de algún bar y agitarlos rompí el sonido de pasos y tacos incesantes. Lo de robar sobrecitos era una de las costumbre que los dos arrastrábamos de alguno de nuestros padres. Abrí dos sobrecitos para mi, y al abrir el de ella, recién ahí me di cuenta, no era ya la misma, se estaba yendo, sentí vergüenza, no sabia como actuar. Así que deje abierto el sobre sobre el platito, al costado de la taza blanca.
Ella lo único que hizo, fue venir, decir gracias, al ver el sobre al costado de su taza, me miro y me sonrió un buen rato. Tal vez no tanto, pero si se sonrió, tomo el sobre, y como siempre le puso solo uno al té. Luego me dijo, me tengo que ir.
Foto: ego2005


1 comentarios:
¿Y qué paso después? tengo intriga!!
Publicar un comentario